"Estimada Frau Milena:
Ante todo, y para que usted no lo deduzca contra mi voluntad de esta carta, le diré que desde hace quince días padezco de un creciente insomnio. Por principio, no lo tomo a la tremenda; estas rachas van y vienen y siempre tienen sus causas (según Baedecker, puede deberse incluso a los aires de Merano, cosa que me parece ridícula), más de las que necesitan, aunque tales causas no siempre sean visibles. Pero lo cierto es que los periodos de insomnio lo vuelven a uno pesado como un tronco y, al mismo tiempo, inquieto como una bestia salvaje.
Sin embargo, tengo una satisfacción. Usted ha dormido bien, todavía con un sueño "extraño", todavía como "perpleja"; pero ha dormido bien. De modo que cuando el sueño pase junto a mí por la noche, sin detenerse, sabré cuál es su camino y lo aceptaré. Por otra parte sería muy tonto rebelarse, porque el sueño es la criatura más inocente y el hombre insomne, la más culpable.
Y a este hombre insomne le hace usted llegar su agradecimiento en la última carta. Si un extraño, totalmente ajeno a la situación, leyera esa carta, pensaría: "¡Qué, hombre! ¡En este caso, parece haber movido montañas!" Y mientras tanto ese hombre no ha hecho nada, no ha movido un dedo (a no ser para escribir), se nutre con leche y cosas buenas, sin ver siempre (aunque sí a menudo) ante él "té y manzanas", y deja que las cosas sigan su camino y que las montañas permanezcan en su lugar. ¿Conoce usted la historia del primer éxito de Dostoievski? Es una historia que resume muchas cosas y que yo cito por comodidad, porque gira en torno a un gran nombre; pero tendría el mismo significado si fuese una historia del vecino o de alguien más próximo aún. Por otra parte, ya sólo la recuerdo en forma vaga; hasta los nombres casi se me han borrado. Cuando Dostoieyski escribió su primera novela Pobres gentes, vivía con un literato amigo suyo, un tal Grigoriev. Éste vio durante meses muchas hojas escritas sobre la mesa, pero Dostoievski sólo le entregó el manuscrito cuando la novela estuvo concluida. Grigoriev la leyó, quedó deslumbrado y sin decir nada a su amigo se la llevó al entonces célebre crítico Nekrassov. A las tres de la mañana llamaron a la puerta de Dostoievski. Eran Grigoriev y Nekrassov. Entraron a la habitación, abrazaron y besaron a D. Nekrassov -quien hasta ese momento no lo conocía- lo llamó esperanza de Rusia, y pasaron una o dos horas hablando, sobre todo de la novela. Se separaron al amanecer. Dostoievski, quien siempre se refirió a esa noche como a la más feliz de su vida, se asomó a la ventana y los siguió con la mirada. Luego, sin poderse contener, se echó a llorar. Su sentimiento básico, que él ha descrito ya no recuerdo dónde, era: "¡Qué gente maravillosa! ¡Qué buenos y nobles son! ¡Y cuán ruin soy yo! ¡Si ellos pudieran ver dentro de mí! Si yo se lo dijera, no me creerían." La afirmación de que Dostoievski se propuso emularlos es sólo una rúbrica final, un adorno, esa palabra que es preciso brindar a la invencible juventud. Ya no forma parte de la historia; ésta ya ha llegado a su fin. ¿Capta usted, mi querida Milena, el significado oculto de esta historia, su aspecto inaccesible a la razón? A mi juicio, es el siguiente: en la medida en que se puede generalizar sobre estas cosas, Grigoriev y Nekrassov no eran, por cierto, más nobles que Dostoievski. Pero ahora dejemos la visión panorámica que tampoco D. exigió aquella noche y que de nada sirve en el caso individual. Escuche sólo a Dostoievski y se convencerá de que Gr. y N. eran realmente maravillosos y D. impuro e infinitamente ruin, que nunca alcanzaría, ni por lejos, la grandeza de Gr. y N., y que jamás podría recompensarles el enorme e inmerecido servicio que le habían prestado. Uno los ve literalmente desde la ventana, mientras se alejan y sugieren así su inaccesibilidad.
Lo lamentable es que el significado de la historia se ve desdibujado por el gran nombre de Dostoievski. ¿A dónde me ha llevado mi insomnio? Sin duda a nada que no se base en las mejores intenciones.
Suyo. Franz K."
Anduve dándole vueltas a la historia de D. Pensé que muchas veces uno puede sentirse así, que Kafka estaba hablando de sí mismo también ("tendría el mismo significado si fuese una historia del vecino o de alguien más próximo aún", y ¿qué hay más cercano que uno mismo?). Las alabanzas, cuando opinamos que son inmerecidas, nos empequeñecen. Es como si alguien hiciera una réplica enorme de nosotros. Un muñeco gigantesco que tapa el sol y nos deja en sombras, minúsculos.
ResponderEliminarComo bien dices creo que Kafka se identificaba bastante con el Dostoievski de esta anécdota -aunque no se consideraba al nivel literario del ruso, a quien admiraba profundamente. Normalmente los halagos son ampliamente aceptados por cualquiera, lo que uno no suele reconocer es la crítica adversa, en los casos de Kafka y Dostoievski esto no era así, y eso les hacía más grandes si cabe, Vero, gracias por el comentario.
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