Ya sé que las casualidades no existen -metafísicamente-, pero ¿cómo llamar a que hace una semana tropezara con una crítica de una ópera de un autor checo desconocido cuyo nombre guardaba siniestras concomitancias con mi pseudónimo -¡Kovarovic!- y que en el transcurso de dicha crítica saliera a relucir el nombre de Max Brod como traductor de una ópera de Janácek precisamente en los días en que yo andaba enfrascado en la elaboración -redacción, destrucción, redacción, destrucción, ya saben- de un artículo sobre un episodio trascendental para la historia de la literatura sucedido entre Kafka y Max Brod? Es más ¿cómo llamar al hecho de que yo cogiera hace cuatro horas un número al azar de una revista cultural de entre una montaña de revistas culturales para releerla -es una actividad que me gusta hacer porque descubro cosas que me han pasado desapercibididas en su día, así leo y releo una y otra vez las mismas revistas durante años-, y que encuentre una interesante entrevista al dramaturgo Juan Mayorga justo días después de haber visto por primera vez su nombre en los créditos de la peli de Francois Ozon En la casa en cuya obra de Mayorga El chico de la última fila está basada, sobre todo cuando todo el mundo sabe que nadie lee los títulos de crédito y que esos mismos títulos de crédito se veían muy pequeños y distorsionados?
Sea como sea, Mayorga, frente al decorado de su última obra, Si supiera cantar me salvaría (El crítico), responde a algunas preguntas de un crítico como, por ejemplo, para qué sirve un autor teatral y para qué un crítico, a lo que Mayorga dice que necesitamos el arte para interrogar la vida y para ... (bla, bla), es decir, un montón de vaguedades, de forma que se olvida de contestar a la segunda parte de la cuestión, es decir, para qué sirve un crítico, cosa que no parece importar al entrevistador, quien simplemente ha acudido allí a hacer su trabajo y no para pasar a la historia del periodismo. Luego dice Mayorga que lo importante no es si el crítico lleva o no razón sino que pueda desvelar aspectos de la obra que el propio autor desconoce, y pone como ejemplo los comentarios de Benjamin sobre Las afinidades electivas de Goethe -me pregunto si Mayorga está comparándose con Goethe pero enseguida descarto esa idea-, y entonces recuerdo que Walter Benjamin criticó a unos críticos que criticaban a Max Brod, pero decido no pensar más en casualidades y mucho menos en críticos que critican a otros críticos, propósito que, como se verá, me resultará imposible mantener. La parte más entretenida de la entrevista es cuando Mayorga reconoce algunas malas críticas que ha sufrido, así cuenta cómo escuchó casualmente a un hombre decir a sus espaldas al acabar una función: "¡Pagar por ver esto!", cosa que le hizo mucha gracia al señor Mayorga -al menos eso quiere hacernos creer-, tan ocurrente y ditirámbica le pareció a Mayorga la expresión del señor anónimo que la pensó seriamente como título de una futura obra -una futura obra cuya trama no explica pero de la que sospechamos podría tratar de cualquier cosa. Habla de una rumana -acabo de descubrir a Cartarescu pero esto tampoco es casualidad- que escribió: "Esta obra no merecía haber sido representada, no merecía haber sido traducida, no merecía haber sido escrita." Ante lo que Mayorga no tiene nada que decir pero que en mí despierta la siguiente reflexión: ¿merecía al menos ser criticada? Sin embargo la que más gracia le hizo a Mayorga fue una inglesa: "En el programa de mano se nos informa que el autor es muy apreciado en su país. Confiemos en que todo se haya perdido en la traducción". También dice Mayorga que le gusta hacer una lectura crítica de las críticas, lo que está muy bien -en una entrada anterior, sobre un párrafo de Gracq, especulaba yo sobre la posible creación de un nuevo género literario, crítica de críticas, pero mi idea no caló en la sociedad y mucho menos en el mundo cultural-, aunque no precisa si esta práctica la lleva a cabo para separar las críticas malas de las buenas, para hacer montones porque sí, o para qué en realidad.
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