jueves, 2 de mayo de 2013

El disco de Silvius Leopold Weiss.


Sobre fondo oscuro aparece, como un relieve de arena, el rostro de Yepes. Lleva unas gruesas gafas de pasta color negro. Entre sus brazos sostiene una guitarra de diez cuerdas. El vinilo recoge piezas de Johann Sebastian Bach y Silvius Leopold Weiss. Mi padre lo compró en una de las tiendas Ruiz Cueto de la capital malagueña, supongo que alrededor de 1977, fecha de la publicación del disco. Según la pegatina naranja que se conserva en la portada, tapando parte del nombre del compositor, existían tres establecimientos de Discos Ruiz Cueto, uno en calle Larios, otro en una bocacalle de ésta, calle Santa María, y otro en la Avda. del Generalísimo. Le pregunto a mi padre qué avenida era esa, me responde que es la Alameda. Me llama la atención que hubiera tres tiendas de discos de la misma cadena y en la misma zona, apenas 200 metros entre una y otra. Huelga decir que desaparecieron hace años, como tantas otras. Mi padre lo escuchaba una y otra vez, le gustaba sobre todo la parte de Bach, con el Preludio en do menor BWV 999, original para laúd, y las transcripciones de la Chacona en Re menor de la partita para violín BWV 1004 y de la Zarabanda y double en Si menor de la partita para violín BWV 1002. Recuerdo que en general esta música me resultaba aburrida, pero quién sabe -yo tendría 6 o 7 años-, es posible que de esas audiciones naciera mi inextinguible interés por la guitarra. Hace unas semanas redescubrí a Weiss en el programa de Radio Clásica, El secreto de las musas. Los sábados por la mañana me dirijo a la oficina a través de calles desiertas y silenciosas -otrora bulliciosas por la cercanía de la Universidad y del Palacio de Justicia-, con el laúd sonando de fondo -a modo de reclamo epifánico. En esos momentos me planteo, ilusionado, la posibilidad de estar protagonizando un relato de Buzzati inmerso en un paisaje de De Chirico. El domingo pasado busqué esa reliquia de la Deutsche Gramophon en la discoteca de mi padre -mi hermano dice que en un ataque de nostalgia-, y escuché la cara B que contiene las obras de Weiss, una Fantasía y la suite en Mi menor. Hans-Günter Klein escribió, quizá en su máquina de escribir, quizá con lápiz y papel -alabados sean los tiempos en los que no había ordenadores-,  unos comentarios para la contraportada del disco, uno de los cuales dice: "La diversidad y contraste entre cada uno de los distintos movimientos relaciona esta música en cierto modo con el universo sonoro de Domenico Scarlatii y sobrepasa en gran medida las normas de la época para este tipo de composiciones, pudiendo considerarse perfectamente como un ejemplo en la evolución hacia la pieza de carácter." La música de Weiss no posee el ingenio melódico, la complejidad estructural ni la riqueza armónica de la de Bach, pero sí despide la honestidad del laudista que se debe a su instrumento. En sus partituras se respira ese aire de improvisación que sabemos nos dejará, tarde o temprano e inevitablemente, algún fraseo emocionante, un destello de genialidad, un acorde asombroso, que nos iluminará el día. La Suite en Mi menor de Weiss se compone de los siguientes movimientos: PreludeAllemande, Courante, Bourrée, Sarabande, Menuet y Gigue.

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